Este texto lo empecé a escribir un día después de cumplir 3 años viviendo lejos de casa. Bariloche me regaló un día lindo- lindo, lindo-, de esos que te frenás un rato en la calle y decís "wow, me vine a vivir al paraíso". Pero...
- "Uff, lo que daría por estar en casa".
- "¿Cuál es tu casa?", me peleó el lado racional, ahí disfrazado de que tiene que haber una aclaración para todo.
Y empezó a sonar fuerte Buenos Aires. ¿Buenos Aires?
No es por el delivery del super. No es por las veredas que invitan a pataperrear con cochecito. No es por el cine 3D. No es por el quilombo.
Mi vida como desarraigada no se puede resumir en 140 caracteres. No todo es blanco o negro, ni existe receta o frase taxativa que me funcione de slogan mental para responder por qué nos volvemos, por qué arrastro a mi familia a un lugar que es un desquicio.
Y es porque el desarraigo me cuesta.
Me cuesta no tener a mi familia a mano, me cuestan los amigos lejos, me cuesta esa manera natural de compartir la vida con los mios.
Me cuestan las despedidas que no tuve y las bienvenidas que no dí. Me cuesta el pánico de dejarlo todo, ahora también.
Y me cuestan los lugares vacíos que todavía no están llenos, no haber nacido acá para disfrutar más la experiencia que queríamos regalarle a nuestras hijas.
Estos últimos meses fueron difíciles, de muchas preguntas, de muchos bajones, de muchos tirones, de muchas cosas buenas que valoré.
Fue ir abriendo mi corazón a que, quizá, el desarraigo era mucho desafío para mi. De hacerme cargo de que vivir en el paraíso, capaz, no era suficiente. De que no puedo dar a mi familia aquello que no tengo en mis manos...
Hoy, a poquitos días de volver a esa casa que un día dejé, pienso que también me voy sin un pedacito de mi o con muchos pedacitos nuevos, ¿quién sabe?
Entre la nostalgia y las dudas, entre la emoción y la ansiedad, me quedan un montón de gracias por dar.
A ese lago azul y a las montañas inmensas.
A la quietud del pueblo (que voy a extrañar).
A las vivencias de mis hijas, patagónicas de pura cepa.
A las oportunidades que tuve.
A las personas que conocí y que tienen un lugar especial en mi corazón.
A todos los que me la hicieron más fácil y a los que me la hicieron muy difícil.
A los que no se movieron de ahí.
A los que nos despiden y a los que van a recibirnos.
A los que vamos a volver a visitar.
Pero, sobre todo, al desafío y la gimnasia emocional de estos 4 años...
¡Gracias! Esta porteña enamorada de la Patagonia ya no es la misma de antes.