lunes, 27 de agosto de 2012

Cuestión de peso (o mucha muchacha)

"Tengo un problema con la comida, con la bebida y con la dormida", digo entre risas mientras mamá me mira con cara de "a qué monstruo creé". 

Como raro, bebo rico y duermo poco. Así soy feliz.

Lunes | Martes | Miércoles | Jueves | Viernes | Sábado | Domingo

El calendario de mi teléfono tiene entradas tanto de trabajo como personales con recordatorios divague tipo "bajar la última canción que anoté en el boliche" seguidos de "mandar presupuesto abierto a cliente tal". Sus colores no me ordenan, me alteran. 

En casa, mil notas y mensajes de texto pidiéndole a mamá que me compre las 10 cosas que nunca hay: 
  1. Rapiditas
  2. Finlandia light
  3. Arroz integral
  4. Palta
  5. Atún
  6. Tomate
  7. Rúcula
  8. Zanahoria
  9. Apio
  10. Tabasco
  11. Algo para el postre (leche condensada, dulce de batata o alguna fruta de estación) 


Mamá se desespera porque no como con grasa, me da impresión, porque pido que no cocinen tan elaborado porque no me gusta, pero si paso por Mc Donald´s no me resisto al Big Mac o al Cuarto de libra con queso y sundae de crema y chocolate. Se queja y se ríe y dice que "ser madre no es fácil y es para toda la vida, un negocio de alto riesgo". 

Nos queremos así: locas y sin muchas vueltas. Nos bancamos los mensajes de Facebook, las cadenas de mails con ppts y nos hacemos de medio gurú cuando le pegamos con un buen consejo. Somos madre e hija for ever and ever.

Mamá es la única persona que puede retarme porque no paro nunca y decirme que disfrute y haga todas las cosas que quiera con mi vida porque, hasta donde sabemos, la vida es una. 

Se rie, no entiende, me ve entrar y salir de casa y acepta que le responda a sus preguntas indiscretas: "no te lo pienso decir". Se hace la liberal pero pide que nos quedemos en casa hasta que nos casemos. Y se hace la boluda cuando le recordamos que sus hijos "a los dieciocho años son grandes para hacer nido en otro lado". Manejá la angustia.

Mamá es esa persona a la que le contás lo que sea, que no se espanta y hace de psicóloga de todos mis amigos y amigas. Es una mina que sin tapujos te enseña cómo ponerle un forro a una banana y te lleva al ginecólogo para que te grafique cómo tomar las pastillas. Se banca el llamado de angustia y te manda a hacerte un Evatest "porque estás asustada y por eso no te vino". Sabe que es normal y te obliga a hacerte cargo. 

También es medio bruja aunque vuela bajito. Te dice al pasar como quien quiere la cosa: "es de mujer entendida tener dos velas prendidas para apagar la que brille poco, de un soplo y con mucha fuerza". Es la misma que te ruega que no vuelvas con un pibe porque tenés buen garche porque el sexo con amor existe y te hace chocar todos los planetas.

Por culpa de mamá tengo un problema con la bebida. Me enseñó a tomar rico y bueno, a controlar mis límites, a darme cuenta de que es divertido si sé cuando decir basta. Me hizo responsable de eso como de mi propia vida y es un problema porque saberlo cuesta más y hay que bancárselo. Tener una mamá así es difícil y raro, y es como todo lo que es un lujo: da más satisfacción y es un camino de ida. 


sábado, 18 de agosto de 2012

Tregua sin derrota

Saco una bandera blanca y pido tregua, porque me pesa un poco la vida y el alma luchando esta batalla tan injusta y despareja. Guerra que despeina y desfigura aunque curte y hace fuerte. Guerra que se pelea a costa de valores que se ganan y se pierden.

Si eso no es suficiente para que dejes de dispararme te grito ¡Basta! o ¡Ayuda! si exponerme más te hace falta. Digo, por si mi bandera blanca no te basta para tener un poco de piedad, para que no tenga que poner todo en duda o en jaque, al menos por un tiempo, hasta que entienda cómo están ubicadas las bases en este mapa. 

Ya entendí el fustazo, seco, frío, perfecto. De tus palabras que decís en voz muy baja y de las que no se dicen y viven en nuestras cabezas, intuiciones y memorias. Fustazos que me enredan, me tironean y me confunden. Fustazos que apenas se sienten pero que duelen y queman. Mientras, cada vez me pegan más fuerte, más duro, más cerca de mi carne que ya tiene llagas y que arde tanto que hasta me cuesta respirar y sostener estas lágrimas. 

Y si mi bandera blanca y mi pedido de piedad no bastaran, me hinco de rodillas en el barro frío y contundente. Beso el suelo, mancho mi boca, mis manos y mi frente. Para mi, este gesto no es deshonra, si lo sería mantenerme firme caprichosa. 

De pie, erguida, despreocupada y necia, sería a futuro una mayor derrota.

domingo, 5 de agosto de 2012

Sueños...


Quiero, mucho, esto, y lo tengo acá con vos en una cabaña escondida en medio de un bosque, aunque los bosques me dan miedo. No te pongo cara todavía porque no me animo, pero lo quiero.

Sueño con esta intimidad y con esta transparencia, con hablar bajito, reír mucho y disfrutar de nuestros silencios. Con estar descalza, como estoy acá con vos, porque ya sacudí el polvo de mis zapatos antes de entrar. 

Sueño con escapadas un fin de semana cada tanto, aunque no nos movamos de casa; con chicos corriendo, tuyos, míos, nuestros; con mucho sillón, mucho plumón y mucha siesta en el jardín, al reparo del sol.

Sueño con una vida de hogar. Con una casa cerca del agua, porque la necesito, porque soy tierra y necesito agua para que las flores crezcan; con pisos de madera sin astillas, sin plastificar y lustrados con cera que manchen mis medias, porque mis medias no me importan.

Sueño con chimeneas y estufas, porque soy friolenta y me gusta mirar el fuego; con ventanales enormes, porque la luz sirve para invernar y las ventanas para ver las plantas que cuidadosamente elegimos y aquellas que crecieron solas porque la naturaleza es generosa.

Sueño con  tener lo mío, en armonía, sin quitarle nada a nadie, porque entonces no sería mío, sería de alguien más. Con tener paciencia y cuidado mientras espero, con estar vacía para recibir este regalo tan grande, con no pensar de qué manera me va a llegar.

Sueño con hacer sentir a los que nos rodean que son queridos y valorados por como son, sin violencias ni exigencias, sin tratar de hacerlos a nuestra medida ni a la de nadie. Con darles voz, voto y un cuaderno enorme para que escriban sus propias historias y un par de acuarelas para que las llenen de color.

Sueño también con contar de dónde vengo, de mis vivos y de mis muertos, porque los quiero honrar.  Con hacerles saber a los sabios con los que me crucé, a los maestros, a los pequeños gurúes, todo lo que me enseñaron y también sueño con agradecer a los que sumaron en mi vida al restar, al frustrarme, al presentarme a mi misma lo peor de mí.

Sueño con eso, con que sea simple, tan simple como estar acá con vos, al que todavía no conozco pero intuyo, siento, espero. Pero el miedo es un compañero fiel y cruel que no me abandona y tampoco me deja avanzar con pasos más grandes. Me vas a tener que esperar. 

Y me pregunto por qué trato de huir de mis miedos, si me puedo quedar un rato a solas con ellos, que son míos, no nuestros, como lo hago acá con vos, tan segura y protegida, en esta cabaña, en este bosque, que también me da miedo.

Quisiera dejar que quien hable sea tu silencio, en vez del ruido molesto de mis miedos que te interrumpen sin cesar. Porque tu silencio habla de mi, habla de vos y de nosotros. Tu ausencia me dice que todo está dado para que sea perfecto, aunque estemos lejos de la perfección y eso lo haga aún mejor.

A veces siento que estoy rota por dentro, pero es solo porque me quité pedazos que eran tóxicos, pesados, violentos, injustos, ingratos. 


Y así te espero, mientras me despojo, mientras me voy haciendo más yo, para conocerte más a vos, más a nosotros. 


Y así te sueño, en esta cabaña, en este bosque que todavía me da miedo.