Espero no estar nunca en una trinchera, mucho menos, morir en ella. Ni literal ni figurada: no quiero vivir ni en guerra ni en lucha. No soy hedonista y, si quiero, me banco el sufrimiento, pero mi vida ya tuvo en pocos años - algunos más del cuarto de siglo cliché – de todo esto, lo suficiente.
Soy una católica hereje que se niega a que la vida sea un valle de lágrimas. Un valle si, pero, salvo que la lágrima sea el símbolo del agua más pura, del agua que brota y limpia las heridas, es una imagen que no me cierra.
Con tanto movimiento me convertí en una optimista a ultranza. No quiere decir que mi pensamiento automático sea “todo va a estar bien” porque, mientras que estoy en el barro de mi vida, lo primero en que pienso no es en el confort del baño caliente. Ahora sí, después de un poco de baile patero veo los resultados de haber hecho el proceso.
Por eso, sería una lástima que el mundo se quedara sin mí. Decirlo es pedante, pero pondría las manos en el fuego – post mortem, mejor – en que mis conocidos me extrañarían.
Dicen que soy divina y soberbia, tenaz y auténtica, transparente y frágil, rubia y concheta. Insoportable, un lugar común si alguna vez discuto, yo diría apasionada.
A pesar de todo, la vida me trató con dulzura y ese es mi más fuerte deseo de retribución. No todo es tan complicado, ni tan trabajoso, ni merece tanto sacrificio. No tengo paciencia para bancarme los martirios y rebusques, y me dicen los viejos que por eso muchas veces no llego a ver ciertos frutos. Frutos viejos y podridos, creo yo.
Elijo mis batallas y las lucho con rosas o cualquier otra flor, dulce, bombón o fijador. Nada de rifles, ametralladoras ni escopetas, ni siquiera un fierrazo, piedra o misil. A la piña, una caricia; al insulto, un abrazo; al proceso, mucho amor y a la vida, una sonrisa. Del otro lado y de este lado, siempre hay una persona, dentro o fuera de una trinchera.
Mientras tanto, rechino los dientes, pongo la otra mejilla y tomo el diente por diente. Si, el diente por diente: me sacan un diente, te saco un diente, un diente, una sonrisa, un abrazo, una caricia, ¿acaso el diente tiene que ser otra cosa? El diente está en la boca y de la boca no sólo salen insultos, palabras ofensivas o mentiras… también salen cosas creativas.
No peco de ingenua ni de hippie idealista, solo que el camino me mostró que “esto también pasará”. Se lo dijo una vieja a mi prima una vez que lloraba triste en la calle, ella a mi y yo a ustedes: el mundo sin mí, se pierde de esto, y gracias a la vida esto también pasará.
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