Estoy segura de que todo pasa para que aprendamos algo. Sé que parece simplista, que no consuela y que, aunque quisiéramos que sea distinto, no podemos controlarlo. Podría ser parte del karma, o una causa y su efecto, o que sea una cuestión de energías. Sea como sea, es tan complejo para pensarlo en lo cotidiano, que es mejor gestionarlo de cuajo mientras vamos caminando.
Negocio conmigo misma que la experiencia sirve "para algo": aprender, resolver, procesar, decidir. Retruco a mi resistencia con que, además, va a ser siempre bueno y así me voy capitalizando. Aunque me duela, me resista, me desgarre o me expanda, hacerme cargo de vivir mi vida y aprender la metáfora será por siempre algo bueno.
La vida desequilibra para que ajustemos la balanza. Pero buscar el equilibrio esconde un desafío: aprender a dejar ir, a no retener, a no adueñarse de nada porque nada te pertenece. Todo lo que proviene del exterior es no-usurpable aunque el miedo, la culpa y la idealización haga que desprenderse duela.
Eat, Pray, Love, uno de mis libros preferidos, me iluminó en esto. Liz, la protagonista, vivía atormentada por la culpa de haberse divorciado de su ex marido, al que no amaba. Era la mejor decisión, era un hecho rotundo, pesado y liberador. Él había quedado dolido, no lo aceptaba y la culpaba de su sufrimiento. Después de una masacre legal, ella decidió viajar en busca de su equilibrio. En un templo budista en India, conoció a un ex alcohólico y drogadicto que la confrontaba para acabar con su dolor sin que ella se diera cuenta. Parecía insoportable. Era un tábano socrático disfrazado de gente común y de las peores, un maestro ordinario de esos miles que existen en la vida real y que no llevan investiduras para que el aprendiz lo descubra.
La escena está narrada con una profundidad que transparenta su angustia y, a mi, me dio ganas de llorar. Su nuevo amigo, su simple gurú, le ofreció un bálsamo: que subiera a la terraza en ese atardecer húmedo, deje ir a su marido y que entienda que las situaciones de la vida real son las metáforas con las que habla Dios.
En la película, esta escena muestra un ejercicio para todos los que no sabemos cómo dejar ir. Es un rito de pasaje en el que Liz sube a esa terraza y se imagina a su ex, los momentos felices y los tristes, el día de su casamiento y el de su divorcio y le dice que lo tiene que dejar ir. Se lo representa y le da voz para que le diga que le duele, que la va a extrañar, que todo podría ser perfecto y que no puede soportarlo. Ella lo abraza, lo comprende y hace carne su dolor. Lo acepta y lo sostiene como a un bebé recién nacido. El agua que purifica, el sahumerio que espanta las malas energías, el aceite que bendice y la jaculatoria final es un mantra de cuatro palabras: “Lo sé. Ya pasará”. Así, ella termina su rito de paso y lo libera. Al mismo tiempo, abandona su propia frustración y culpa y le desea - y se desea - que tenga mucha paz y amor.
Es difícil y, como dice Mamá, muchas veces se tarda en llegar a la terraza porque nos quedamos en el sótano enroscados con la idea de que somos víctimas de las circunstancias y de que no hay nada que podamos hacer para cambiarlas. Estoy segura de que podemos intentar salir de ahí alimentados por el amor propio que tanta mala prensa tiene y por la confianza de que todo pasará. Tal vez dé algún resultado la santificación de una de las situaciones más difíciles a las que tenemos que enfrentarnos para aprender.
Sería bueno repetir como si jugáramos al Cuento de la buena pipa: "Todo va a estar bien, mejor seguro" porque, en el fondo, todo es perfecto. Dios no es un viejo amargado que nos mandó a la tierra para hacernos sufrir. No es un psicópata narcisista. Mezquinos podemos ser nosotros, no algo que creemos que es "La Perfección".
Sería bueno repetir como si jugáramos al Cuento de la buena pipa: "Todo va a estar bien, mejor seguro" porque, en el fondo, todo es perfecto. Dios no es un viejo amargado que nos mandó a la tierra para hacernos sufrir. No es un psicópata narcisista. Mezquinos podemos ser nosotros, no algo que creemos que es "La Perfección".
Creo que la vida es un camino de aprendizaje de lo que significa tener fe y confiar en que todo es como debería ser, porque sino no sería nada. Pero somos hombres simbólicos y necesitamos gestionar y crear nuestra realidad. El mayor desafío es que cuando estemos en un momento de sufrimiento, en el que la estemos pasando mal y nos inunde la desesperación, tengamos la certeza de haber aprendido que todo pasa.
Para eso sirve la experiencia, al menos como manual de enseñanza.
Para eso sirve la experiencia, al menos como manual de enseñanza.