domingo, 22 de julio de 2012

En la Terraza, Let it go

Estoy segura de que todo pasa para que aprendamos algo. Sé que parece simplista, que no consuela y que, aunque quisiéramos que sea distinto, no podemos controlarlo. Podría ser parte del karma, o una causa y su efecto, o que sea una cuestión de energías. Sea como sea, es tan complejo para pensarlo en lo cotidiano, que es mejor gestionarlo de cuajo mientras vamos caminando.

Negocio conmigo misma que la experiencia sirve "para algo": aprender, resolver, procesar, decidir. Retruco a mi resistencia con que, además, va a ser siempre bueno y así me voy capitalizando. Aunque me duela, me resista, me desgarre o me expanda, hacerme cargo de vivir mi vida y aprender la metáfora será por siempre algo bueno.

La vida desequilibra para que ajustemos la balanza. Pero buscar el equilibrio esconde un desafío: aprender a dejar ir, a no retener, a no adueñarse de nada porque nada te pertenece. Todo lo que proviene del exterior es no-usurpable aunque el miedo, la culpa y la idealización haga que desprenderse duela.

Eat, Pray, Love, uno de mis libros preferidos, me iluminó en esto. Liz, la protagonista, vivía atormentada por la culpa de haberse divorciado de su ex marido, al que no amaba. Era la mejor decisión, era un hecho rotundo, pesado y liberador. Él había quedado dolido, no lo aceptaba y la culpaba de su sufrimiento. Después de una masacre legal, ella decidió viajar en busca de su equilibrio. En un templo budista en India, conoció a un ex alcohólico y drogadicto que la confrontaba para acabar con su dolor sin que ella se diera cuenta. Parecía insoportable. Era un tábano socrático disfrazado de gente común y de las peores, un maestro ordinario de esos miles que existen en la vida real y que no llevan investiduras para que el aprendiz lo descubra.

La escena está narrada con una profundidad que transparenta su angustia y, a mi, me dio ganas de llorar. Su nuevo amigo, su simple gurú, le ofreció un bálsamo: que subiera a la terraza en ese atardecer húmedo, deje ir a su marido y que entienda que las situaciones de la vida real son las metáforas con las que habla Dios.

En la película, esta escena muestra un ejercicio para todos los que no sabemos cómo dejar ir. Es un rito de pasaje en el que Liz sube a esa terraza y se imagina a su ex, los momentos felices y los tristes, el día de su casamiento y el de su divorcio y le dice que lo tiene que dejar ir. Se lo representa y le da voz para que le diga que le duele, que la va a extrañar, que todo podría ser perfecto y que no puede soportarlo. Ella lo abraza, lo comprende y hace carne su dolor. Lo acepta y lo sostiene como a un bebé recién nacido. El agua que purifica, el sahumerio que espanta las malas energías, el aceite que bendice y la jaculatoria final es un mantra de cuatro palabras: “Lo sé. Ya pasará”. Así, ella termina su rito de paso y lo libera. Al mismo tiempo, abandona su propia frustración y culpa y le desea  - y se desea - que tenga mucha paz y amor.

Es difícil y, como dice Mamá, muchas veces se tarda en llegar a la terraza porque nos quedamos en el sótano enroscados con la idea de que somos víctimas de las circunstancias y de que no hay nada que podamos hacer para cambiarlas. Estoy segura de que podemos intentar salir de ahí alimentados por el amor propio que tanta mala prensa tiene y por la confianza de que todo pasará. Tal vez dé algún resultado la santificación de una de las situaciones más difíciles a las que tenemos que enfrentarnos para aprender. 

Sería bueno repetir como si jugáramos al Cuento de la buena pipa: "Todo va a estar bien, mejor seguro" porque, en el fondo, todo es perfecto. Dios no es un viejo amargado que nos mandó a la tierra para hacernos sufrir. No es un psicópata narcisista. Mezquinos podemos ser nosotros, no algo que creemos que es "La Perfección".

Creo que la vida es un camino de aprendizaje de lo que significa tener fe y confiar en que todo es como debería ser, porque sino no sería nada. Pero somos hombres simbólicos y necesitamos gestionar y crear nuestra realidad. El mayor desafío es que cuando estemos en un momento de sufrimiento, en el que la estemos pasando mal y nos inunde la desesperación, tengamos la certeza de haber aprendido que todo pasa. 

Para eso sirve la experiencia, al menos como manual de enseñanza.

martes, 10 de julio de 2012

Fe de Ratas

Una vez, me enganché con un garca. Era divino, me encantaba. Era bueno, como las putas, que si no son divinas no son putas. Y lo digo mientras le tiro lucecita blanca, para que no lo sea, porque hago esas cosas, medio buddha, medio naif, medio boluda.

Lo conocí un verano de esos en los que el calentamiento global no había llegado. Hacía calor, no como en este verano que de repente saturó mi timeline de Twitter con mensajes como “Qué #frio que hace #LaPutaMadre, quién apagó el sol? #HaceFrioYEsVerano”. O como cuando es otoño y de repente hacen veinticinco grados.

Era divino y teníamos una relación sanísima. Íbamos al gimnasio, hacíamos un poco de cinta y una rutinita de aparatos para endurecer abdominales y cola. Bah, yo hacía cinta mientras él me charlaba y me hacía reír: el mejor ejercicio. Él no necesitaba estar en mejor forma para ser más garca, pero yo sí para poder comer tranquila y que nadie me dijera eso de que los años no vienen solos.

Pero qué lindo era y qué presente estaba. Todas las mañanas, una canción de amor, de esas medio #cachudas que te calientan un poco el alma. Un “hola”, “muak”, “besos boludín” y a la noche, un par de mensajes, unos mimos en el sillón, un cuarto de helado, del bueno, de ese que podés comprar 2x1 con Club La Nación. No era lindo. Fotografiaba bien y era tan simpático y ocurrente que no importaba si en mi laburo le decían “el feo”, después de tomarme el pelo por las muecas que le hacía a la ventana del chat de mi computadora.

Pero el garca era garca, aunque yo pensara que era un buen tipo pasando por un mal momento, un momento confuso, de crisis, de mierda o qué se yo. No era mentiroso porque tenía piernas y lengua larga, o por lo menos, decía que no me mentía. Sincericida se le dice porque con su sinceridad él se suicida y vos quisieras ayudarlo con un empujón. Ahí lo ves, mientras abre su bocota, parado en la baranda del balcón y decís no con la cabeza, entrecerrando los ojos, como diciendo “no digas nada, no hace falta, te vas a caer”. Aunque es cierto que la verdad te hace libre, pero te hace doler la panza y al principio medio que te hincha las bolas. Una gran paja, de las buenas, de esas que vienen con orgasmo múltiple si te la bancás hasta el final.

Así, un día, un salto, un “cómo serán las cosas que tenía su ganado en el mismo establo, a un par de apellidos de distancia, del italiano al francés”. Eso le conté a mis amigas, a las indicadas, a las que puedo mostrarle la foto de la otra, porque para hacer el proceso, primero tengo que volverme patética hasta hartarme de él, de ella y de mi. Esperaba que me dijeran que era más linda, para asegurarme que la elegía por linda y no porque le daba muchas más vueltas a su cabeza. Y si, parte del patetismo es buscar al menos un consuelo superficial: uno.

Por eso, un día, un comentario, una acotación y san se acabó. San se acabó un carajo en realidad, porque él era un poco recurrente, un loco lindo, aunque mis amigos me digan que es sólo loco, que es garca y lo odien por eso. Pero yo le creía que me quería, cuando me lo decía con ojos tristes como si no fuera él el que estaba con dos minas. Desde aquel día en su casa, cuando me lo contó antes de que la vida metiera la pata en un ámbito sin control. Esa vez que preferí irme a tomar a Starbucks un Latte venti sola, en vez de quedarme a tomar un té para tres, con pan y torta. Me fui no por moralista, sino porque sabía que si cerraba de un portazo la puerta, otra ventana se iba a abrir seguro, aunque alguna amiga sabia me dijo que las puertas se cierran despacio, casi imperceptiblemente y con las explicaciones necesarias para ir livianita por la vida y si te he visto no me acuerdo, que las ventanas se abren igual.

¡Pero qué difícil!, porque me decía que me extrañaba, que no podía manejar la situación, que hacía lo que podía con todo lo que le pasaba, que era mucho… y yo le creía, sabiendo que algún día podía ser distinto pero que ahora quería a la otra también y más que a mí, porque se había quedado con ella; a la vida me remito y a su estado de Facebook también.

Y yo no soy garca, ni tan generosa, aunque soy buena mina y te convido de mi Marroc. Pero compartir pibito no me la banco, soy muy sana y algo celosa, de esas que no te lo dicen pero se retuercen por dentro, como la carne del mondongo, que parece una toalla, así de feo, como el feo también. Y soy rápida y prolija para la huida y siempre tengo a alguien que me ayuda a llevar mi mochila. Amigos se llaman, de esos buenos, que te la cargan un rato, mientras se ríen de las piedras que tenés adentro, las que en algún momento vas a tirar, pero todavía las llevas por las dudas, porque te encariñaste, porque no las podés soltar. Los que te escuchan por vez número doscientosmil que extrañas al feo, que te habló el feo, que el feo se dio una vueltita por tu vida y se fue, que el feo es garca pero te gusta, que hace frio y no tenés al feo para hacer cucharita, aunque todavía no hace frío porque hay calentamiento global y es otoño y hacen veinticinco grados de calor.

Los amigos que llegado al punto te van a decir que odian al feo, que es un mal tipo, un psicópata, un egoísta. Los que te dicen que garca y feo dos veces más garca y más feo, aunque sean las ocho de la mañana después de una noche de boliche, cuando necesitaste irte a tomar un café con leche y tres medialunas para hablar de él, haciendo puchero y sabiendo que vas a tener que correr una hora por los bosques de Palermo para compensar ese revés. Los mismos amigos que te bancan el monotema porque saben que sacarse un mal pibe de encima es como terminar la facultad: cuesta un huevo pero vale la pena. Los mismos buenos amigos que disimulan la sonrisa el día que por fin pudiste aceptar que estás esperando a alguien que podría ser bombero pero no lo es, al menos, no en ese momento. Esos amigos, que te dicen que sigas yendo al gimnasio y que hagas mucha cola, para cuando el feo te vea, se dé cuenta el culo que se perdió. 

Porque es lo único que va a ver de vos cuando te des media vuelta y te vayas sin mirar atrás.




domingo, 1 de julio de 2012

De todas un poco


Tengo un amigo que cayó de cabeza en el lugar común de quién entiende a las mujeres. Le digo, “Yo”, bajando los hombros, tirándolos para atrás y bien lejos de las orejas, como me enseñaron en mi clase de yoga, aunque él nunca lo va a ver porque está del otro lado del chat de mi computadora. Si, todavía uso el chat. Tendría que haber nacido en la época de las cartas y no en esta tan audiovisual que un poco me rompe las pelotas. 

Volvamos a mi amigo. No entiende, no las entiende, no nos entiende. Y yo respiro profundo y me pongo cómoda para contarle lo que yo sé de ellas, de nosotras, de lo que creo que tenemos de todas un poco. 

Me dice que somos todas iguales, unas histéricas, y con eso se fue otra vez de jeta contra el lugar común. Le digo que no somos iguales, que ellos tampoco y de hecho le cuento que tengo mil categorías de pibitos de boliche, como para empezar. Se ríe, me pone un desordenado “jjjajajas” y se que con eso le saqué una sonrisa detrás de tanto berrinche.

Mi teoría es que las mujeres somos muy básicas, pero que con tanta literatura escrita nadie leyó un solo manual. Le digo que está la bomba, la conchuda, la boluda, la #minitah, la #rubia, la #gauchita y le agrego otras que inventó mi hermana Inés, que después ella le va a explicar.

La bomba es la que es bomba. “Mamadera”, dicen los pibes cuando la ven. Puede ser por el escote o por el revés, pero la realidad es que hace tic tac y ella lo sabe. No le jode si no podés sostenerle la mirada o si mientras que te habla de la inmortalidad del cangrejo vos asentís con la cabeza como si te estuviera contando un tratado de física quántica. Ojo, no es boluda; no la hagás sentir un objeto porque la hacés explotar.

La #minitah es la Susanita devenida en canchera, pero que sigue queriendo el Príncipe Azul, que la lleve, la traiga, le suba, le baje, le haga, le deshaga, ah, no, eso no. Es la boluda de la publicidad de Quilmes Lieber que cuenta las proezas de su caballero en caballo de palo de escoba, que de tan azul más que hombre es un pitufo, porque no existe. Bueno, yo le desconfío.

La conchuda es la que si sos bombero, te pisa la manguera y se prende un pucho al lado del tanque de gas. Nunca quiere nada y es una regia con todo lo que tiene, hasta que te ve a vos que como una hormiguita estás armando tu casa, que estás a punto de terminarla y ahí te caga. Porque es tan conchuda que tiene más foco que vos y yo juntas. Es la que si te comprás un blazer divino en el outlet al que se llega combinando el noventa y tres y no sé qué tren, te dice sueltita de cuerpo como las chicas de Activia, que lo vio más barato y a la vuelta de su casa. Terminan mal igual. #BadKarma para ellas.

Está la #gauchita, que para mí es la más buena onda aunque este nombre tenga otra connotación. Es la mina que no es ni trola ni puta, mucho menos histérica. Es la enemiga de ellas, la que toma decisiones y elije todo el tiempo qué quiere hacer y con quién quiere estar. No es histérica, nunca, pero te puede coquetear a full si le gustás. Se ríe de tu chiste aunque sea medio pedorro y tiempo después te confiesa que era malísimo pero que te hacía la gamba para no bajarte de un plumazo la autoestima. 

Ser histérica no tiene nada que ver con el coqueteo. La histérica te dice “si pero no”, algo que no existe con estas gauchitas. La gauchita cuando te dice si es si y cuando te dice no, es no y, si te queda alguna duda no va a tener problema en preguntarte cuál de las dos letras es la que no entendiste. 

Veámoslas en acción. Juro, juro, que esto está basado en hechos reales.

Un chico saca a bailar a una chica en un casamiento. Baile, baile, baile. Vueltita, vueltita, vueltita. Chichoneo gracioso, mano en la cintura, hasta ahí, para afirmarla bien cerca de su pecho. Galán. Venía bien el #pibito, hasta que de repente pide chape. Si, chape, beso, transa, ¡DILUVIO DE SORETES PIBE! Nunca se pide un beso, nunca. Se roba, porque es de esas cosas que mejor pedir perdón que permiso, ¿entendés? Pero no estamos hablando de ellos, así que, por hoy lo dejamos acá. 

Volvamos a que hay un chico y una chica en una fiesta. Él es un grandulón de treinta pirulos. Bailan hasta que le pregunta a ella si le puede dar un beso. Cortemos ahí y analicemos qué pasaría con algunas de nuestras mujeres, de las que tenemos de todas un poco.

La #minitah no fue a este casamiento o si fue, ya está con su novio, o sobria bailando al lado de la novia haciendo el pasito de “La isla del sol”. Perdón, me aburren un poco las #minitahs.

La #conchuda, es tan conchuda que no deja que te quedes sola con él. Antes de que te haya puesto la mano en la cintura, te tiró una copa de vino encima y salpicó un poco la camisa del pibito. A vos te dejó fuera de juego en medio minuto y a él lo tiene frotándole su servilleta mientras caminás al baño para ocultar el Gremlin en el que te convertiste. Fin de la historia. Igual, no desesperes, un pibe así mejor perderlo que encontrarlo y ese será el #BadKarma de ella.

Llegamos a mi preferida: la #gauchita. Ella a este le dice que no y mantiene su postura hasta el final, aunque él la amenace con que no sale con quien no haya chapado antes, true story. Ella lo mira y sin sarcasmo ni pena le dice: “ok, gracias, pero no”, porque es sincera y educada y si después se lo cruza por la calle también lo saluda. Obvio que puede hacerlo si quiere, convengamos que estamos hablando de un beso y no de mandar un cohete a la luna, pero esta gauchita le dijo que no y es no.

La #histérica, por último, le dice no pero después de un poco de insistencia le regala un beso. Quiere que antes él le ruegue un poco, que la siga chichoneando, que le haga sentir que ella tiene el poder. La realidad es que además de histérica es medio putona si piensa que chapándoselo le está haciendo un gran favor. Puede ser también la que antes lo educa de por qué no tiene que pedir un beso, aunque él ya lo sepa porque tiene treinta años y es tremendo boludón. Ojo, esta mina también le hierve el conejo y si se van a dormir juntos después de la fiesta, antes lo obliga a bañarse o a lavarse con agua fría los pies.