Una vez, me enganché con un
garca. Era divino, me encantaba. Era bueno, como las putas, que si no son
divinas no son putas. Y lo digo mientras le tiro lucecita blanca, para que no
lo sea, porque hago esas cosas, medio buddha, medio naif, medio boluda.
Lo conocí un verano de esos en
los que el calentamiento global no había llegado. Hacía calor, no como en este
verano que de repente saturó mi timeline de Twitter con mensajes como “Qué
#frio que hace #LaPutaMadre, quién apagó el sol? #HaceFrioYEsVerano”. O como
cuando es otoño y de repente hacen veinticinco grados.
Era divino y teníamos una
relación sanísima. Íbamos al gimnasio, hacíamos un poco de cinta y una rutinita
de aparatos para endurecer abdominales y cola. Bah, yo hacía cinta mientras él
me charlaba y me hacía reír: el mejor ejercicio. Él no necesitaba estar en
mejor forma para ser más garca, pero yo sí para poder comer tranquila y que
nadie me dijera eso de que los años no vienen solos.
Pero qué lindo era y qué presente
estaba. Todas las mañanas, una canción de amor, de esas medio #cachudas que te
calientan un poco el alma. Un “hola”, “muak”, “besos boludín” y a la noche, un
par de mensajes, unos mimos en el sillón, un cuarto de helado, del bueno, de
ese que podés comprar 2x1 con Club La Nación. No era lindo. Fotografiaba bien y
era tan simpático y ocurrente que no importaba si en mi laburo le decían “el
feo”, después de tomarme el pelo por las muecas que le hacía a la ventana del
chat de mi computadora.
Pero el garca era garca, aunque
yo pensara que era un buen tipo pasando por un mal momento, un momento confuso,
de crisis, de mierda o qué se yo. No era mentiroso porque tenía piernas y
lengua larga, o por lo menos, decía que no me mentía. Sincericida se le dice
porque con su sinceridad él se suicida y vos quisieras ayudarlo con un empujón.
Ahí lo ves, mientras abre su bocota, parado en la baranda del balcón y decís no
con la cabeza, entrecerrando los ojos, como diciendo “no digas nada, no hace
falta, te vas a caer”. Aunque es cierto que la verdad te hace libre, pero te
hace doler la panza y al principio medio que te hincha las bolas. Una gran
paja, de las buenas, de esas que vienen con orgasmo múltiple si te la bancás
hasta el final.
Así, un día, un salto, un “cómo
serán las cosas que tenía su ganado en el mismo establo, a un par de apellidos
de distancia, del italiano al francés”. Eso le conté a mis amigas, a las
indicadas, a las que puedo mostrarle la foto de la otra, porque para hacer el
proceso, primero tengo que volverme patética hasta hartarme de él, de ella y de
mi. Esperaba que me dijeran que era más linda, para asegurarme que la elegía
por linda y no porque le daba muchas más vueltas a su cabeza. Y si, parte del
patetismo es buscar al menos un consuelo superficial: uno.
Por eso, un día, un comentario,
una acotación y san se acabó. San se acabó un carajo en realidad, porque él era
un poco recurrente, un loco lindo, aunque mis amigos me digan que es sólo loco,
que es garca y lo odien por eso. Pero yo le creía que me quería, cuando me lo
decía con ojos tristes como si no fuera él el que estaba con dos minas. Desde
aquel día en su casa, cuando me lo contó antes de que la vida metiera la pata
en un ámbito sin control. Esa vez que preferí irme a tomar a Starbucks un Latte
venti sola, en vez de quedarme a tomar un té para tres, con pan y torta. Me fui
no por moralista, sino porque sabía que si cerraba de un portazo la puerta,
otra ventana se iba a abrir seguro, aunque alguna amiga sabia me dijo que las
puertas se cierran despacio, casi imperceptiblemente y con las explicaciones
necesarias para ir livianita por la vida y si te he visto no me acuerdo, que
las ventanas se abren igual.
¡Pero qué difícil!, porque me
decía que me extrañaba, que no podía manejar la situación, que hacía lo
que podía con todo lo que le pasaba, que era mucho… y yo le creía, sabiendo que
algún día podía ser distinto pero que ahora quería a la otra también y más que
a mí, porque se había quedado con ella; a la vida me remito y a su estado de
Facebook también.
Y yo no soy garca, ni tan
generosa, aunque soy buena mina y te convido de mi Marroc. Pero compartir
pibito no me la banco, soy muy sana y algo celosa, de esas que no te lo dicen
pero se retuercen por dentro, como la carne del mondongo, que parece una
toalla, así de feo, como el feo también. Y soy rápida y prolija para la huida y
siempre tengo a alguien que me ayuda a llevar mi mochila. Amigos se llaman, de
esos buenos, que te la cargan un rato, mientras se ríen de las piedras que
tenés adentro, las que en algún momento vas a tirar, pero todavía las llevas por
las dudas, porque te encariñaste, porque no las podés soltar. Los que te
escuchan por vez número doscientosmil que extrañas al feo, que te habló el feo,
que el feo se dio una vueltita por tu vida y se fue, que el feo es garca pero
te gusta, que hace frio y no tenés al feo para hacer cucharita, aunque todavía
no hace frío porque hay calentamiento global y es otoño y hacen veinticinco
grados de calor.
Los amigos que llegado al punto
te van a decir que odian al feo, que es un mal tipo, un psicópata, un egoísta.
Los que te dicen que garca y feo dos veces más garca y más feo, aunque sean las
ocho de la mañana después de una noche de boliche, cuando necesitaste irte a
tomar un café con leche y tres medialunas para hablar de él, haciendo puchero y
sabiendo que vas a tener que correr una hora por los bosques de Palermo para
compensar ese revés. Los mismos amigos que te bancan el monotema porque saben
que sacarse un mal pibe de encima es como terminar la facultad: cuesta un huevo
pero vale la pena. Los mismos buenos amigos que disimulan la sonrisa el día que
por fin pudiste aceptar que estás esperando a alguien que podría ser bombero
pero no lo es, al menos, no en ese momento. Esos amigos, que te dicen que sigas
yendo al gimnasio y que hagas mucha cola, para cuando el feo te vea, se dé
cuenta el culo que se perdió.
Porque es lo único que va a ver de vos cuando
te des media vuelta y te vayas sin mirar atrás.
Al final las minas siempre mueren por los malos de la película...
ResponderEliminarMejor, salgamos de acá con vida. Mucha. De la buena.
ResponderEliminarMe en-can-tó. Cada una que lo lea le va a poner cara y nombre al feo.
ResponderEliminarEn toda relación, siempre hay un lindo y un feo y cada uno debe asumir el rol que le tocó. El feo, NUNCA NUNCA, debe hacer las cosas que pueden hacer los lindos.
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