Saco una bandera blanca y pido tregua, porque me pesa un poco la vida y el alma
luchando esta batalla tan injusta y despareja. Guerra que despeina y desfigura
aunque curte y hace fuerte. Guerra que se pelea a costa de valores que se ganan y se pierden.
Si eso no es suficiente para que dejes de
dispararme te grito ¡Basta! o ¡Ayuda! si exponerme más te hace falta. Digo, por
si mi bandera blanca no te basta para tener un poco de piedad, para que no tenga que poner todo en duda o en jaque, al menos por un tiempo, hasta que entienda cómo están ubicadas las bases en este mapa.
Ya entendí el
fustazo, seco, frío, perfecto. De tus palabras que decís en voz muy baja y de las que no se dicen y viven
en nuestras cabezas, intuiciones y memorias. Fustazos que me enredan, me tironean y me confunden. Fustazos que apenas se sienten pero que duelen y queman. Mientras, cada vez me pegan más fuerte, más duro, más cerca de mi carne que ya
tiene llagas y que arde tanto que hasta me cuesta respirar y sostener estas lágrimas.
Y si mi bandera blanca y mi pedido de piedad no bastaran, me hinco de
rodillas en el barro frío y contundente. Beso el suelo, mancho mi boca, mis manos y mi frente. Para mi, este gesto no es deshonra, si lo sería
mantenerme firme caprichosa.
De pie, erguida, despreocupada y necia, sería a futuro una mayor derrota.
De pie, erguida, despreocupada y necia, sería a futuro una mayor derrota.
Ya que estás en el piso aprovechá para que se resbalen con la bandera. Tirá fuerte, que se rompan los dientes, todos. Nadie al que se le tenga que gritar un pedido de piedad gana ninguna batalla. Ni se merece ninguna tregua.
ResponderEliminarMe encantó en serio, lo dije en Twitter, pero refuerzo esa opinión dejando un comentario, escribís muy lindo, muy sentido. Escribí más, danos el gusto.
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