jueves, 3 de septiembre de 2015

Diez años no son nada...

Bueno viejo, un año menos para volvernos a ver; ya sumamos 10.

Todo este tiempo fue un proceso de hacerte presente sin que duela, como si fuera algo que se hace a pulmón, pero no. Se te extraña. Te traemos de vuelta con miles de frases que repetimos por inercia, con consejos que inventamos en tu nombre, arraigándonos a valores con los que creemos que te hacemos honor, a vos y a tu apellido, que llevamos con tanto cariño.

En 10 años las pasamos de todos los colores. Nos volvimos un poco más grandes, a veces maduros, a veces sensatos, a veces con boludeces que no suman. Aprendimos a decir adiós y también a dar bienvenidas y, así como estamos, te vamos a llenar de nietos, ya vas a ver.

Siempre serás un joven de cuarenta y pico, desorganizado y macanudo, de voz ronca y risa estruendosa. El que andaba tan rápido que, un día, no se dio cuenta y se fue.

Y acá estamos y te vamos a seguir recordando, con todo nuestro cuerpo, todos los días.

Y seguiremos contando los años que pasan, hasta que te volvamos a ver.

lunes, 6 de julio de 2015

La maternidad como un proceso de aprendizaje

Siempre me pregunté si iba a poder ser madre algún día. Cuando nos enteramos que estaba embarazada, lejos de vivir flotando en ese sueño, se me dio por repensar en cómo quería ser como mama y cómo quería vivir la maternidad con mi pareja.

Estaba segura de que quería que fuera algo de los dos. Me preguntaba cómo darle el espacio para que tome decisiones y forje su relación padre-hija sin que yo fuera la mediadora o la que tuviera la última palabra. Ser menos mandona y más participativa.

Fuimos juntos a todas las consultas y planteamos dudas en igual medida. El obstetra era de los dos y el proceso también. 

Tanto cambió nuestro eje que cuando nos planteamos la crianza decidimos mudarnos al sur.  De repente Buenos Aires no se nos presentaba como el mejor lugar para nuestra familia porque queríamos estar más presentes en lo cotidiano. Obviamente que estar lejos de mi familia y amigos no iba a ser fácil, pero confiábamos en que era un plan que valía la pena.


El embarazo me pareció un milagro tan maravilloso como incómodo. La languidez del primer trimestre, dejar de dormir en el sexto mes o sentirme cada vez más pesada lo viví bastante lejos de la imagen idílica que tenía. Gestionar mi mal humor y mi falta de descanso fue un aprendizaje que me sirvió para entender que me estaba preparando para muchos meses más de no dormir y de un agotamiento físico, mental y emocional enorme. Pero también, sentir sus patadas o cómo se acomodaba para escuchar a su papá cuando le hablaba a la panza, me estaba hablando de un amor y entrega que no había sentido nunca y que era para toda la vida. 

El parto no fue nada romántico. Cuando ya estaba por cumplir la semana 40 me lo indujeron. Y ese dolor que tanto me asustaba se esfumó cuando me dijeron que iba a cesárea. En ese momento me sentí en falta con mi “femineidad” pero cuando vi a Delfi por primera vez fue un amor tan total y en una intimidad tan perfecta y compartida que entendí que lo único que importaba era que éramos uno y que éramos tres.

A mi este proceso me lleva a un autoanálisis constante: como mujer, como pareja, como profesional, como mamá. Antes pensaba que mi carrera profesional iba a ser siempre central y que a los seis meses de Delfi ya iba querer (y poder) dejarla para volver a la oficina y eso no fue así. Hoy creo que es importante mantenerme en actividad y seguir formándome, pero sin delegar su crianza.

También cambié respecto a cómo quería ser en lo cotidiano y eso me llevó a enfrentarme a mi misma y decir: "pará, no, de esta forma no". Por ejemplo, dejarla a Delfi llorar “hasta que se le pase”, aún cuando crea que es un berrinche, no va con mi estilo y me parece muy violento para ella. De la misma manera que no estoy dispuesta a dejar pasar ciertos límites porque me parece que es una solución a corto plazo, entiendo que hay todo un proceso de aprendizaje que se vive intensamente día a día. Por ejemplo, que nuestro cuarto es un espacio de intimidad para nuestra pareja es un límite que no quiero ceder y las rutinas, que muchas veces me cuestan, las veo un proceso, un aprendizaje.

También empecé a plantearme si lo que leo o el consejo que me dan tiene que ver conmigo y con ella, a quien voy conociendo y descubriendo. Delfi es un ser distinto a mi, con su personalidad y yo trato de entenderla para educarla y respetarla. Pero me parece que todo es parte de una vivencia, de ir probando, y de aprender a pedir perdón, a ella y a mi. 

 Para mi ser mamá es un gran aprendizaje. No tener la última palabra ni una respuesta a todo, cambiar los “tener” por “querer” y poder apoyarme en mi pareja es muy liberador. Enfrentarme con muchos “no sé” fueron aliviando la carga y afinando mi sensibilidad para conocerla e interpretarla.

Creo que la mayor enseñanza que saqué de este proceso es que realmente cada uno hace lo que puede con lo que le toca. Y que si hay buena intención no hay nada de malo en probar alternativas. Después de todo, es un camino personal y el resultado es un vínculo que se va formando. Y también saber que al principio Delfi depende casi totalmente de mi y eso agota, pero también que el mayor regalo que le puedo dar es mi tiempo y la confianza para que ejerza su autonomía cuando le llegue el momento. 

martes, 3 de febrero de 2015

Mi queridísima, hasta luego...

"Un día a la vez, hasta que nos volvamos a ver..."

Nunca pensé en escribirle a un perro, pero Lola se murió y me dejó mucho más que su ausencia. Era un caniche mini toy; el mio.

Me la regalaron hace 9 años, un año después de que se muriera mi papá. Yo era una huérfana recién estrenada y ella era del tamaño de mi mano. Apenas si levantaba la cabeza, ella y yo también. Dormía casi todo el día y se resbalaba con el piso de madera.

La subí a mi cama y dormí con ella todas las noches. Jose me había dicho que no me convenía porque después no la iba a poder bajar, pero se me partía el corazón de solo escuchar su llanto. A ella la había dejado sin el calor de los suyos, no podía serle tan indiferente ni tan mezquina.

Me acompañaba a todos lados, se acurrucaba en cada espacio que tuviera libre. Así era Lola. Así empecé a ser yo. Lola era incondicional, compañera, hincha pelotas como pocas. Cascarrabias con los chicos, compradora con los grandes, embelezada por los hombres: machona.

Me dejó dar de más y también de menos, así de generosa y desinteresada.

Ya la extraño. Sus ladridos al ascensor y a las llaves en la cerradura, el ruido de sus patitas sigilosas contra el piso de madera, su silencio esperando que le diera ese bocado que le estaba guardando para el final de la comida. Su llanto cuando alguien se iba de casa...

Ay, nena, qué cagada perderte, qué bendición haberte tenido.

Gracias por haber estado, por ser incondicional, por acompañarme hasta acá, por ser tan linda compañía. Por darme ese amor tan bueno cuando otros me daban uno tan choto.

Gracias, Lola, por no morirte en mis brazos, por no haber padecido una agonía, por no haberte enfermado. Por no haber sufrido, te agradezco de corazón. Por irte tan desobediente como siempre, para perseguir a un perro que justo pasaba por ahí. Porque nadie se muere en la víspera...

Y por dejar este silencio fuerte cuando abro la puerta de calle para salir a dar una vuelta. Te voy a extrañar.

Fuiste a la primera que cuidé y te agradezco que me dejaras hacer el intento.

Nunca te voy a olvidar.