lunes, 6 de julio de 2015

La maternidad como un proceso de aprendizaje

Siempre me pregunté si iba a poder ser madre algún día. Cuando nos enteramos que estaba embarazada, lejos de vivir flotando en ese sueño, se me dio por repensar en cómo quería ser como mama y cómo quería vivir la maternidad con mi pareja.

Estaba segura de que quería que fuera algo de los dos. Me preguntaba cómo darle el espacio para que tome decisiones y forje su relación padre-hija sin que yo fuera la mediadora o la que tuviera la última palabra. Ser menos mandona y más participativa.

Fuimos juntos a todas las consultas y planteamos dudas en igual medida. El obstetra era de los dos y el proceso también. 

Tanto cambió nuestro eje que cuando nos planteamos la crianza decidimos mudarnos al sur.  De repente Buenos Aires no se nos presentaba como el mejor lugar para nuestra familia porque queríamos estar más presentes en lo cotidiano. Obviamente que estar lejos de mi familia y amigos no iba a ser fácil, pero confiábamos en que era un plan que valía la pena.


El embarazo me pareció un milagro tan maravilloso como incómodo. La languidez del primer trimestre, dejar de dormir en el sexto mes o sentirme cada vez más pesada lo viví bastante lejos de la imagen idílica que tenía. Gestionar mi mal humor y mi falta de descanso fue un aprendizaje que me sirvió para entender que me estaba preparando para muchos meses más de no dormir y de un agotamiento físico, mental y emocional enorme. Pero también, sentir sus patadas o cómo se acomodaba para escuchar a su papá cuando le hablaba a la panza, me estaba hablando de un amor y entrega que no había sentido nunca y que era para toda la vida. 

El parto no fue nada romántico. Cuando ya estaba por cumplir la semana 40 me lo indujeron. Y ese dolor que tanto me asustaba se esfumó cuando me dijeron que iba a cesárea. En ese momento me sentí en falta con mi “femineidad” pero cuando vi a Delfi por primera vez fue un amor tan total y en una intimidad tan perfecta y compartida que entendí que lo único que importaba era que éramos uno y que éramos tres.

A mi este proceso me lleva a un autoanálisis constante: como mujer, como pareja, como profesional, como mamá. Antes pensaba que mi carrera profesional iba a ser siempre central y que a los seis meses de Delfi ya iba querer (y poder) dejarla para volver a la oficina y eso no fue así. Hoy creo que es importante mantenerme en actividad y seguir formándome, pero sin delegar su crianza.

También cambié respecto a cómo quería ser en lo cotidiano y eso me llevó a enfrentarme a mi misma y decir: "pará, no, de esta forma no". Por ejemplo, dejarla a Delfi llorar “hasta que se le pase”, aún cuando crea que es un berrinche, no va con mi estilo y me parece muy violento para ella. De la misma manera que no estoy dispuesta a dejar pasar ciertos límites porque me parece que es una solución a corto plazo, entiendo que hay todo un proceso de aprendizaje que se vive intensamente día a día. Por ejemplo, que nuestro cuarto es un espacio de intimidad para nuestra pareja es un límite que no quiero ceder y las rutinas, que muchas veces me cuestan, las veo un proceso, un aprendizaje.

También empecé a plantearme si lo que leo o el consejo que me dan tiene que ver conmigo y con ella, a quien voy conociendo y descubriendo. Delfi es un ser distinto a mi, con su personalidad y yo trato de entenderla para educarla y respetarla. Pero me parece que todo es parte de una vivencia, de ir probando, y de aprender a pedir perdón, a ella y a mi. 

 Para mi ser mamá es un gran aprendizaje. No tener la última palabra ni una respuesta a todo, cambiar los “tener” por “querer” y poder apoyarme en mi pareja es muy liberador. Enfrentarme con muchos “no sé” fueron aliviando la carga y afinando mi sensibilidad para conocerla e interpretarla.

Creo que la mayor enseñanza que saqué de este proceso es que realmente cada uno hace lo que puede con lo que le toca. Y que si hay buena intención no hay nada de malo en probar alternativas. Después de todo, es un camino personal y el resultado es un vínculo que se va formando. Y también saber que al principio Delfi depende casi totalmente de mi y eso agota, pero también que el mayor regalo que le puedo dar es mi tiempo y la confianza para que ejerza su autonomía cuando le llegue el momento. 

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