Nada grita más fuerte ¡Victoria! que el silencio de mis hijas cuando recién se duermen.
A ninguna le gusta dormir; tienen pesadillas desde muy chiquitas, entonces la rutina suele ser de a tirones, hasta que logro que se metan en la cama y me presten cada una un almohadón. Entonces, me tiro en el medio de las dos como el buen Salomón sugiere - y con las patas sobre la mesa de luz a ver si mejora mi circulación- rogando que se duermen de una vez, a fuerza de mimos y de respirar.
Les pido que se relajen, que piensen en algo lindo, que se imaginen una nube azul (antes se era un globo, pero un día Benja se lo pincho a Delfi en un sueño y eso fue una pesadilla imposible de superar). Y cuando por fin llega ese momento, en que una de las dos se duerme, me regalo unos minutos de exclusividad con la que todavía no se entregó y, metida con ella en la cama, vamos caminando juntas hacia un dulces sueños.... porque ninguna niñez dura para siempre.
Lindo, ¿no? Es la belleza colateral, de la que muchas veces no me doy cuenta por estar tan cansada “siendo”. Agradezco cuando me ilumino y Ave María mediante, me voy con el corazón contento a disfrutar de mi #HoraMagica.
Estas redes, para los que no pasaron por mi perfil, son de ellas y escribí esto para que, cuando sean grandes, tengan este lugar que les recuerde su niñez alegre y a sus padres que las amamos tanto, con el alma y el corazón, hasta el cielo y las estrellas, ida y vuelta, ida y vuelta.
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