miércoles, 20 de marzo de 2024

 "Ojalá este final te encuentre agradeciendo, porque como cerramos, nos abrimos".

💫💫💫

Hello, stranger.

Gracias por tus besos y por tu amor. Gracias por haberme visto, reconocido y elegido. 

Gracias por ayudarme a empezar mi sueño, por regalarme dos hijas preciosas a quien criar, a quien regalarles la mamá que me hubiera gustado tener.

Gracias por hacerme tocar el cielo con las manos, por ayudarme a descubrir mi sensualidad.

Gracias por escucharme, por ayudarme a encontrar mi valor, por ayudarme a resignificar mi lugar en mi familia, sacandome el miedo a quedarme sola, gracias a tus abrazos.

Hoy, siento que puedo, que valgo la pena, que me merezco todo. Y, mucho de ese proceso, de ese cambio en mi consciencia, fue gracias a que te cruzaste en mi camino. Y, aunque hoy me toque dejarte ir, el dolor es profundo pero se que va a pasar. Porque me tengo a mi y me puedo cuidar y me puedo acompañar. Puedo ser esa mamá que quería regalarle a mis hijas, ese hogar que a veces no tuve.

Y, aunque hoy seamos como perros y gatos porque todo nos duele, porque nos estamos quedando sin piel, espero que algún día nos volvamos a encontrar para ser esa familia que soñamos para nuestras hijas. Porque sé que nos merecemos eso, aunque ya no seamos pareja.  Porque confío en que nos merecemos todo lo bueno que la vida nos pueda dar. 

Hoy es un día menos.

Hasta que nos volvamos a encontrar.

Te quiero desde el alma

miércoles, 6 de marzo de 2024

Caminando

Venía distraída entre tanto camino seco y árido hasta que llegué a un bosque espeso, frondoso.  Me dio miedo. No me gustan los bosques. 

Me tomé un momento para dedicarme a dudar, casi con goce artístico como si miles de espectadores estuvieran esperando a que tomara una decisión. 

Entre tanto pensamiento desordenado, ruidoso y chillón escuché la caricia del silencio y una voz bajita que decía "confiá". Sin abandonar la duda, avancé con paso firme y ojos bien abiertos, sin hacerme la boluda. Me atraía esa voz. Pero tampoco la encaré gritando que me estaba haciendo cargo para que me dijera por dónde ir porque no quería deberle el favor. 

No necesitaba que supiera que me estaba animando y que empezaba a ir para encontrarme con ella. A veces me hago la boluda para poder avanzar.

Miedos que hacen doler los ojos, que vuelven sensible la piel - que de tanto doler se me había hecho callo-, me acompañaron los primeros cien pasos. Pensamientos más alborotados hicieron los coros entre tanta oscuridad. 

Allá, a lo lejos, algunos resplandores y esa voz: "confiá". 

A medida de que iba metiéndome adentro, todo se volvía un laberinto y yo me hacía cada vez más chiquita, más libre, más despojada. 

Llegué al centro y una flor blanca estaba iluminada por una luz clara, brillante, contundente. "Confiá", se escuchó tan fuerte y real que la flor se abrió y todo se volvió vivo, claro, despojado, perfecto. 

Yo, era una chiquita que podía hacerse grande, podía animarse a crecer. Y recordé esa frase que tanto me encanta de que para caminar lejos hay que hacerlo acompañado. Y decidí sin miedo hacerlo con vos. 

Ya no tengo miedo. Ya sé que en el medio del bosque hay una flor, que está viva y es para que la cuidemos juntos. 

Y salí a buscarte, a hacerme cargo de que estabas ahí, de que sabía que esa voz me estaba llevando a vos. Y la escuché cada vez más fuerte, más clara, más rotunda.

"Confiá". 

Confié y acá estoy, del otro lado del bosque, caminando con vos. 


Carta a quien ya no está


Hoy, después de tanta agonía, me doy cuenta de que no puedo decirte adiós. Se me hace pesado, insoportable, despiadado. Me quita el aire. Te veo, te escucho, te siento, como si fuera ayer que nuestros pies se juntaron para irnos a dormir.

Qué injusto, qué desgarradoramente injusto tener que imaginar que estás ahí en cada minuto de nuestra vida, cuando todos sabemos muy bien que ya no es así.

Todos me miran con lástima. "Ahí va, la desalmada", deben decir por lo bajo. Y si, te llevaste mi alma, de un soplo, esa última vez que tus ojos me vieron como si quisieran retenerme hasta la eternidad. Ahora subo los diez escalones de siempre, pensando que en algún momento se termina tu partido de fútbol y venís a acostarte al lado mío, a tocar mis pies con los tuyos, el toque de queda para irnos a dormir. 

Pero no. Todo es frio y silencioso. Las chicas ya no saben ni cómo disimular que les hacés falta, en ese consejo sincero, libre de exigencias, tan conectado con cada una como eras vos. Ellas también te extrañan, lo sé. No dicen nada, pero te extrañan. Lo acarician a Vlac, que se pasa el día acostado al lado de la puerta, esperándote. Las chicas ya no lo pueden ni sacar a pasear porque les dolés. Siguen adelante con sus vidas, van y vienen, pero te extrañan. Deben preguntarse qué hubiera sido de ellas si vos estuvieras presente, alentando, sosteniendo, puteando, cantando canciones de cancha, acá. Pero no estás, aunque yo crea que si, que estás ahí sentado en tu sillón viendo el segundo tiempo de Boca.

Yo te duelo. Todos los días que no estás, los abrazos apretados que no me das, los besos en la frente que me faltan. Estoy enojada todavía, me niego a dejarte ir y te echo la culpa por haberte convertido en mi testigo y confidente, por hacerme creer que podía ser para toda la vida.

"Menos mal", era la respuesta a cada "Te amo" y ¿ya no estás? Así, ¿de un plumazo? ¿O es que, acaso, todo este tiempo fue preparándonos para decirte adiós?

Te extraño, no puedo evitarlo. Me duele la piel de ya no sentirte, como me dolía cada vez que estabas lejos pero me la bancaba, porque rezaba para volver a encontrarnos. Pero se ve que no he rezado tanto y que hacerlo ahora no sirve de nada, porque ya no estás.

Aunque yo esté esperando que subas los diez escalones cuando se termine el segundo tiempo de Boca.


Más que la suma de las partes

Tener el corazón roto es una manera muy parcial de lo que te sucede en realidad. No se te rompe el corazón: se te hunden los huesos, se te arranca la voz, se te pinchan los ojos, se te va la luz. Sufrir por amor.

Te atraviesa todo, con la irreverencia de lo que es imposible de evitar. No queda otra que quedarse quieta y esperar a que la oscuridad, el frío, el viento travieso pase.

Sufrir por amor no es morir, pero es matar a quien supiste ser. 

Cuestionás todo de vos para, luego, con certeza indiscutible, con paciencia impensable, recrearte. Es inevitable, es innegociable, parece imposible, pero es.

Parece que no va a terminar de doler, pero va a pasar, se va a convertir en otra cosa, te vas a convertir en alguien más. Intuís que morir y revivir es parte de la realidad, porque si podés atravezar el dolor de un amor que se termina, las posibilidades son infinitas. 

No es el dolor de la muerte real, que sabés que no tiene vuelta atrás, que eso que enterraste no puede resucitar. La muerte que, en algún momento, va a descansar en paz. Porque, a quien enterraste, no lo podés reemplazar. 

Es otra cosa, sufir por amor. Es saber que corrés el riesgo de tener que pasar por esta masacre, una vez más. 

Eso es lo más doloroso de que se te rompa el corazón, de que se te hundan los huesos, de que se te arranque la voz, de que se te pinchen los ojos, de que se te vaya la luz. Que si vuelve a haber magia en tu vida, la aridez puede volver a aparecer. Con toda la fuerza de la magia, con todo el arrebato de los Hunos.

Que haya magia.