miércoles, 6 de marzo de 2024

Más que la suma de las partes

Tener el corazón roto es una manera muy parcial de lo que te sucede en realidad. No se te rompe el corazón: se te hunden los huesos, se te arranca la voz, se te pinchan los ojos, se te va la luz. Sufrir por amor.

Te atraviesa todo, con la irreverencia de lo que es imposible de evitar. No queda otra que quedarse quieta y esperar a que la oscuridad, el frío, el viento travieso pase.

Sufrir por amor no es morir, pero es matar a quien supiste ser. 

Cuestionás todo de vos para, luego, con certeza indiscutible, con paciencia impensable, recrearte. Es inevitable, es innegociable, parece imposible, pero es.

Parece que no va a terminar de doler, pero va a pasar, se va a convertir en otra cosa, te vas a convertir en alguien más. Intuís que morir y revivir es parte de la realidad, porque si podés atravezar el dolor de un amor que se termina, las posibilidades son infinitas. 

No es el dolor de la muerte real, que sabés que no tiene vuelta atrás, que eso que enterraste no puede resucitar. La muerte que, en algún momento, va a descansar en paz. Porque, a quien enterraste, no lo podés reemplazar. 

Es otra cosa, sufir por amor. Es saber que corrés el riesgo de tener que pasar por esta masacre, una vez más. 

Eso es lo más doloroso de que se te rompa el corazón, de que se te hundan los huesos, de que se te arranque la voz, de que se te pinchen los ojos, de que se te vaya la luz. Que si vuelve a haber magia en tu vida, la aridez puede volver a aparecer. Con toda la fuerza de la magia, con todo el arrebato de los Hunos.

Que haya magia. 

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